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H+: El impacto del avance tecnológico desmesurado.

  • Barbeito Carolina.
  • 4 ago 2016
  • 8 Min. de lectura

El concepto de “súper-hombre” es retomado de Friedrich Nietzsche, filósofo y poeta alemán, quien sostenía que todo acto o proyecto humano estaba motivado por la voluntad de poder. Esto implica no solo el poder sobre otros sino el poder del hombre sobre sí mismo.

Es por ello que el camino a la transformación del hombre hacia el súper-hombre requiere no solo de la voluntad de dominio sino también la agresión y los sentimientos hacia lo ajeno.

En la actualidad, cuando hablamos de los avances tecnológicos que se han realizado y aquellos que aún están en desarrollo inexorablemente debemos pensar en la idea de súper hombre que planteaba Nietzsche pero desde una visión mas bien futurista, teniendo en cuenta que esa voluntad de poder a la que alude el autor es la misma que actualmente conlleva al desarrollo de nuevas tecnologías que manipulan la naturaleza propia del ser humano. Tecnologías que son, en su mayoría, empleadas con fines bélicos puesto que “El hombre superior se distingue del inferior por la intrepidez con que provoca la desgracia”[1]. Motivo por el cual es válido decir que los hombres irán transformándose de modo tal que podrán adquirir nuevas capacidades hasta devenir en “post-humanos” u “hombres-máquina”, lo cual no implica que dichas transformaciones sean favorables ya que llevadas al extremo podrían generar la destrucción de la propia raza humana.

Considerando el contexto mundial en últimos los diez años y teniendo en cuenta el creciente desarrollo de desastres naturales, la evolución de la tecnología con aval político-económico por parte de determinadas potencias, la preocupación del hombre por la supervivencia y la preservación de su vida, consideramos válido decir que el hombre tiene a su disposición todas las herramientas para mejorar su calidad de vida pero así también para conducirla a su destrucción.

Las armas modernas envejecen aceleradamente de modo tal que las tecnologías implementadas para las mismas deben estar en constante renovación, lo que nos arrastra hacia una conclusión lógica y sin escape: la lucha tecnológica sin fin en tiempos de paz.

El avance desmesurado de las nuevas tecnologías aplicadas al desarrollo de armas, que son testeadas fuera de contextos bélicos, es tan costoso que resulta imposible que un país se dote de un armamento independiente suficiente sin la necesidad de vender una parte de él al extranjero de modo tal que su producción sea rentable. Es por ello que existen determinados acuerdos entre las grandes potencias mundiales para su producción y comercialización, formando parte de los principales conflictos bélicos con países que hacen rentable el negocio de las armas mediante su utilización. El acuerdo militar firmado por los gobiernos de Colombia y Estados Unidos en el año 2009 que autoriza a tropas estadounidenses a operar desde siete bases colombianas, por ejemplo, afirma lo dicho anteriormente.

Por otra parte, cuando hablamos de “armas modernas” entendemos que incluso antes de ser utilizadas en tiempos de guerra éstas son ensayadas en tiempos de paz; constituyendo así un gran peligro para nuestro entorno natural. El 12 de febrero del año 2013, Corea del Norte realizó -en respuesta a la resolución 2087 del Consejo de Seguridad de la ONU solicitada por Estados Unidos- que sancionó a Corea del Norte por el lanzamiento del satélite Kwangmyongsong-3 2, la prueba nuclear más grande de su historia. Si bien Estados Unidos ya había solicitado nuevamente al Consejo de Seguridad la aplicación de más sanciones contra el gobierno norcoreano, y pese a las restricciones de la ONU, Corea del Norte realizó de todos modos el ensayo nuclear subterráneo ocasionando un sismo estimado entre los 4'9 y 5'2 grados en la escala de Richter. Esta prueba atómica no solo supuso un desacato a las resoluciones del Consejo de seguridad de la ONU sino que, además, fue utilizado por Corea del Norte como declaración de igualdad militar contra sus opositores; demostrando así que estaba listo para responder en caso de cualquier ataque.

Corea del Norte justifica su programa nuclear considerándolo una medida de defensa propia con la que se garantizaba su soberanía contra las políticas hostiles de Estados Unidos, apoyadas por su aliado: Corea del Sur.

En este contexto es válido decir que el interés del hombre por el desarrollo de nuevas tecnologías que se fusionan o tienen relación con el cuerpo humano es directamente proporcional con su preocupación sobre los límites de la vida humana, es decir: el interés principal del hombre en la actualidad es la posibilidad de extender y/o mejorar sus capacidades para alargar y mejorar su tiempo de vida.

No obstante debe tenerse en cuenta que muchas veces el medio para llegar a tales fines puede resultar en la destrucción de vida humana. Es entonces que debemos preguntamos ¿cuál es el límite?

Corresponde entonces abordar el tema desde un enfoque sociológico, observando cómo éstas preocupaciones se ven reflejadas e impactan en las distintas sociedades dependiendo directamente de los fines a los que se dirigen aquellos avances que suponen buscar respuesta a los cuestionamientos del hombre sobre sus propios límites.

De éste modo puede observarse la existencia del doble discurso que prevalece detrás de algunos desarrollos tecnológicos. Un claro ejemplo de esto se da con el lanzamiento, en Estados Unidos, de un arma personalizada que solo puede ser utilizada por su dueño ya que únicamente puede desbloquearse mediante la lectura de la huella digital de su dueño. Es con éste tipo de avances que debemos cuestionarnos ¿cuál es el verdadero fin? Si es, acaso, otorgar seguridad a los ciudadanos o si, por el contrario, la verdadera lectura debería ser que el estado está facilitando la posibilidad de armarse al ciudadano común en pos de los enfrentamientos bélicos que dicha potencia mundial lleva adelante con otros países. Ésto es lo que algunos pensadores franceses consideraban “defensa popular armada”[2]: preconizar un sistema de defensa que consistiría en armar a la población y en basar la defensa en milicias populares en caso de una posible invasión no prevista.

Desde el punto de vista de la corriente trans-humanista, que apoya el empleo de las nuevas tecnologías para mejorar las capacidades mentales y físicas a fin de corregir lo que considera aspectos indeseables de la condición humana, debemos considerar necesario evaluar no solo los beneficios sino también los peligros inminentes de las manipulaciones tecnológicas en relación con el cuerpo humano, tales como la implantación de dispositivos informáticos.

Manipulaciones que, en función de la idea del súper hombre que busca superarse constantemente, llevan a cabo la posibilidad de la existencia de un “hombre-máquina”.

Paula Sibilia, antropóloga argentina que actualmente reside en Brasil y autora de "El hombre postorgánico", analiza en su libro lo que considera como "una transformación del campo metafórico al que recurrimos para pensar el cuerpo humano y para pensarnos (y vivirnos) como eso que todavía somos: cuerpos humanos. Se trata de un proceso de digitalización del mundo, de la vida, la naturaleza y el hombre”[3]. Para la autora “hoy uno de los grandes sueños de nuestra tecno-ciencia es la promesa de que los ingenieros de la vida puedan efectuar ajustes en los códigos informáticos que animan los organismos vivos, así como los programadores de computadoras editan los programas de software. Todas esas reconfiguraciones y redefiniciones de la naturaleza, de la vida y del ser humano tienen profundas implicancias en todos los ámbitos".

Es por ello que, en lo que a su fusión con el humano para reemplazar funciones del cuerpo respecta, es válido afirmar que parte de los avances tecnológicos podrían resultar sumamente favorable siempre y cuando se lo utilice en pos de mejorar la calidad de vida del hombre. En éste punto, puede observarse cómo en los último diez años los casos se multiplican: Por ejemplo, la nadadora holandesa Nadya Vessey, que perdió sus piernas a los 16 años, hoy puede nadar gracias a una prótesis que simula la cola de una sirena. El atleta sudafricano Oscar Pistorius intenta clasificar para las olimpíadas y aparecen las quejas de otros corredores pese a que él carece de ambas piernas. El argumento: las prótesis que utiliza son demasiado veloces y le otorgan ventajas sobre sus competidores. De esta forma “la tecnología de alguna manera altera el concepto de prótesis, que tiene su origen en el griegoprosthesis (cosa añadida), desde su asimilación original de reparación artificial de la falta de un órgano o parte de él a la posibilidad de expandir las posibilidades de lo que reemplaza. Es decir, los implantes son capaces de superar la función previa y el hombre puede adquirir habilidades totalmente nuevas”[4].

No obstante, por otro lado, el verdadero problema se presenta cuando estos avances son utilizados por las grandes potencias como métodos de disuasión para posibles enfrentamientos bélicos, ya que en esta instancia la voluntad de poder lleva a una experimentación deliberada e inconsciente sobre el hombre; empleando, por ejemplo, métodos de sustitución de partes del cuerpo con nano tecnología sin entender del todo cómo esto afecta a la biología humana en general.

Sibilia se pregunta si no hubo siempre, al menos a lo largo de la Era Moderna, una vocación del hombre por auto-transformarse, por mejorar e incluso superar técnicamente sus límites biológicos o naturales. La respuesta es sí, pero con una importante salvedad: hasta hace muy poco tiempo, la técnica se utilizaba para inventar prótesis que no intentaban penetrar ni re-definir el substrato natural del cuerpo humano, de la vida o de la naturaleza. Hay diferencias entre una herramienta como los anteojos y una operación de córnea, por ejemplo y mucho más todavía si pensamos en el implante de una cámara ocular.

Un ejemplo de ello es el caso del científico inglés Kevin Warwick, quien logró implantar electrodos debajo de su piel que se conectan al sistema nervioso y le permiten operar un robot a distancia sin mover un dedo. En éste caso debemos preguntarnos cuáles son las implicancias y los límites en la incorporación de tecnología dentro del cuerpo humano y , por otra parte, pensar fríamente qué beneficios le otorga al hombre dicho avance; si realmente le permite mejorar su calidad de vida o si, por el contrario, es un arma que podría utilizarse para la destrucción de vidas humanas. Ésa es la gran paradoja que podemos encontrar al analizar dichos avances tecnológicos.

Así mismo es imposible considerar la desmesurada evolución tecnológica de manera meramente positiva puesto que establece la posibilidad de destruir y engendrar más violencia, situación que sin dudas puede conducir a la extinción de la propia raza humana.

Está a la vista que la sociedad se va adaptando rápidamente a los avances que la tecnología impone sin poner en tela de juicio su uso y abuso, sin percibir cuál es el verdadero fin detrás de algunos de estos desarrollos que en nada parecieran contribuir a la preservación de la vida humana. Es así que el hombre, a través de los años, ha ido acostumbrándose a entender como positivo cualquier avance que la ciencia y la tecnología le ofrezcan, dificultando seriamente la posibilidad de pensar en los peligros que estos avances conllevan.

Lo que verdaderamente habría que replantearse, en un mundo donde la tecnología ya no solo avanza sobre sí misma sino sobre la propia especie humana, es qué tipo de sociedad estamos aceptando y qué tipo de sociedad queremos construir.

[1]Nietzsche, Friedrich (1885). Así habló Zaratustra. Argentina: R.P. Centro editor de cultura.

[2]Arias, G. Baudonnel, G. Bell, R.G. Besson, J-F. De Bollardiére, J. Bressou, M. Ebert, T. Ghandi, M.K. Labande, Y. Lanza del Vasto. Lasserre, J. Leaud, A. Liddel Hart, B. Maurel, O. Milani, I. Moreau, R. Ratz, A. Thomazo, F. Toulat, J y Millischer, G (1975). ¿Defensa armada o defense popular no-violenta? España: Ediciones Orbis, S.A.

[3]Sibilia, Paula (2006). El hombre postorgánico: cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales. Buenos Aires: S.L. Fondo de cultura económica de España.

[4]Massare, Bruno (2009). El hombre máquina. Argentina: Suplemento Ñ, diario Clarín.


 
 
 

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